El viernes tuve la oportunidad de visitar una auténtica Wunderkammer. La experiencia se la debo al buen amigo Postigo, ese gran murciano de pro aunque sea segoviano. Un hombre entusiasta del arte y la cultura al que siempre le digo que debería tener una bitácora. Aunque tiene su gracia encontrarlo por la calle y que saque de su cartera un pensamiento o una imagen y que vaya y te los regale, así, como si los sacara de la chistera y él fuera un gran mago. Que lo es.
Siempre me hablaba con pasión, como siempre habla él, de las obras de África Lozano. Me insistía en que debería conocer su taller. Así que el viernes a eso de las doce nos acercamos a su pequeño museo de escultura, lleno de cabezas parlantes. Todas tenían su personalidad propia y África les hablaba como si estuvieran vivas: a las cotillas de la parroquia, a los actores de teatro, a los toreros y picadores, a sus serenos y bellos negritos, a los filósofos del siglo XX… Una maravillosa experiencia conocerla a ella, tan simpática, rodeada de esa gran familia que ha ido creando durante toda su vida. Llama la atención que siendo ella tan guapa y con su gran sentido del humor - puede que por ello - busque la fealdad en esas caras tan vivaces, con los rasgos hacia dentro, tan tremendamente expresivos, ora horrendos, ora tiernos.
A mí me llamó la atención una cabecita de un hombre con barba pelirroja, algo que, creo yo, debe estar muy relacionado con la entrada anterior. Era como si los hombres con barba me miraran especialmente aquel día, como ocurrió desde el principio con la cabeza de un profeta que me saludó en cuanto entré y cuya presencia me acompañó hasta el final, cuando bebimos un poquito de vino blanco en delicadas tacitas con adornos en oro. Porque las grandes experiencias también se saborean y esta supo a anacardos salados fritos con miel.
El arte de África es muy grande y visitarlo en aquel gabinete fue una gran experiencia: el horno de donde salen todas esas creaciones que deben gestarse primero en su privilegiada cabeza, sus estanterías abarrotadas de esos extraños seres, las vitrinas blancas donde se conservan los mejores tesoros, su cuadros con peces de colores… Así que, gracias, querido Postigo, como siempre, por aquella visita en una alegre, fría y soleada mañana de enero, que nunca olvidaré.
4 comentarios:
Hola, guapa ¡
Es la primera vez que comento una entrada tuya. Ya me gustó mucho la foto de tus abuelos maternos, con motivo del post de "Lo que el viento se llevó". Hoy tu hermano me enseña esta entrada de tu visita al estudio de Africa Lozano Alonso. Cuando eras muy pequeña, esta mujer tan encantadora, junto con su hermana Pilar, te regaló unos gatitos de porcelana en miniautura. No sé si te acordarás. Hace treina años que estas hermanas confiaron en la palabra de un "hombre" ;)
Hola, papi, qué gracia... Te he tenido que llamar porque en cuanto me has puesto estas palabricas me ha venido el recuerdo pero con bastante nebulosa. Qué pena no haber sabido el otro día que teníamos una conexión. Me acuerdo de los gatos, sí... ¡Y gracias por escribirme, qué ilusión! Muchísimos besos.
Perdona, Wunder, pero yo para nada los veo feos...son caras tremendamente atractivas y expresivas, que me recuerdan un poco (dentro de mi ignorancia) al arte precolombino.
¡Ay, otra cosa pendiente en Murcia!
No utilizo lo de feo como algo peyorativo y la verdad es que las cabecitas que se ven en la fotografía no son feas lo que se dice feas... Tienes toda la razón del mundo cuando dices que te recuerda al arte precolombino. El Barba Roja que inicia la entrada es muy simpático y una verdadera monada, ¿verdad?
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