domingo, 30 de agosto de 2009

Sobre Effi Briest





Este es de los libros que hacía tiempo teníamos en la estantería y que nunca me había decidido a leer. Sabiendo que era un Madame Bovary a la alemana la temática no me seducía del todo.

Pero tenía que estar equivocada porque, no obstante, se trata de uno de los grandes títulos de la literatura alemana de todos los tiempos. Y en efecto el libro, escrito en 1895, me ha gustado muchísimo. Me ha impresionado por la soledad que se apodera de la protagonista a lo largo de las páginas, especialmente al final. Pero sobre todo por todas las cosas que se insinúan pero que no se dicen, lo que otorga al texto de una gran sutileza. Al final he acabado la novela profundamente conmovida.

He indagado en las versiones cinematográficas y televisivas y he visto que la más famosa es la que hiciera para el cine Fassbinder en 1974, traduciendo con gran exactitud la historia de Theodor Fontane. También he visto que se ha hecho una película este mismo año que ojalá veamos estrenada por estos lares. Espero que sí, no sólo por la versionada historia sino también porque me gusta mucho el actor alemán Sebastian Koch. Pero me da la sensación, a pesar de que el film tiene una magnífica fotografía y ambientación, y por lo que se traduce del trailer, de que no me va a terminar de convencer y que, probablemente, no supere el alto listón que dejó Fassbinder. Por poner un ejemplo, en la novela no se relata en ningún momento cómo se produce el "adulterio" (entrecomillo la palabra por fea), solamente se insinúa apenas y se alude directamente cuando el marido encuentra las cartas y lee frases comprometedoras. Sin embargo, he visto que en la película sí hay escenas de amor entre los amantes.

Aún así sé que la disfrutaré por lo que ya estoy deseando verla y, muy especialmente, hacerme con esa versión del 74 de R.W. Fassbinder.



La insoportable levedad del ser


Así ocurrió precisamente el día en que encontró por primera vez a Tomás. Iba sorteando a los borrachos en su restaurante, con el cuerpo inclinado bajo el peso de las cervezas que llevaba en la bandeja y el alma estaba en algún lugar del estómago o del páncreas. Y precisamente entonces la llamó Tomás. Aquella llamada fue importante porque provenía de alguien que no conocía ni a su madre ni a los borrachos que diariamente le dirigían los mismos comentarios vulgares. Su condición de forastero lo situaba por encima de los demás.

Y había otra cosa más que lo situaba por encima del resto: tenía en la mesa un libro abierto. En ese restaurante nunca nadie había abierto un libro en la mesa.

El libro era para Teresa la contraseña de una hermandad secreta. Para defenderse del mundo de zafiedad que la rodeaba, tenía una sola arma: los libros que le prestaban en la biblioteca municipal; sobre todo las novelas: había leído muchísimas, desde Fielding hasta Thomas Mann. Le brindaban la posibilidad de una huida imaginaria de una vida que no la satisfacía, pero también tenían importancia para ella en tanto que objetos: le gustaba pasear por la calle llevándolos bajo el brazo. Tenían para ella el mismo significado que un bastón elegante para un dandy del siglo pasado. La diferenciaban de los demás.

(La comparación entre el libro y el elegante bastón de un dandy no es totalmente exacta. El bastón no sólo diferenciaba al dandy, sino que además hacía que fuera moderno y estuviera a la moda. El libro diferenciaba a Teresa pero la hacía pasada de moda. Claro que era demasiado joven para que pudiera tener conciencia de que estaba fuera de la moda. Los jovencitos que pasaban junto a ella llevando sus ruidosos transistores le parecían tontos. No se daba cuenta de que eran, modernos.)

El que la había llamado era al mismo tiempo forastero y miembro de la hermandad secreta. La llamó con voz amable y Teresa sintió que su alma pugnaba por salir por todas las arterias, las venas y los poros para mostrársele.

Milan Kundera
La insoportable levedad del ser (1984)


La insoportable levedad del ser (Philip Kaufman, 1987)



martes, 25 de agosto de 2009

... Y Volver a Empezar

Terminábamos temporada con una entrada dedicada a la película Gilda y a los buenísimos comentarios de los contertulios de aquel mítico programa presentado por José Luis Garci, ¡Qué grande es el cine!, que inició su andadura en Televisión Española allá por el año 1995.

Por eso me gustaría retomar por donde lo dejé y empezar curso con la película Volver a empezar, dirigida y producida por José Luis Garci en 1982 y que consiguió el primer y merecidísimo primer oscar del cine español. Curiosamente ésta es de las películas que o bien gustan mucho o bien producen un frontal rechazo... pocos son los que se quedan a mitad de camino. Nada más hay que echar un rápido vistazo a las críticas insertadas por los lectores de Filmaffinity, un sitio que siempre me gusta visitar. Yo, sin duda, me enclavo en el primer grupo.

Con tan sólo ver las secuencias iniciales de la película en el que el protagonista inicia su periplo de despedida por su Gijón natal, uno sabe que está ante una gran obra. Me emocionó en su momento en el cine, cuando era una cría, y me ha emocionado todas y cada una de las veces que la he visto posteriormente. Todavía hoy mismo, viendo en el Youtube la famosa escena entre Antonio Ferrandiz y José Bódalo en el que se conoce el sentido de toda la película, no dejo de emocionarme.

Me dan igual las críticas que hablan de que es una película sensiblera y me da igual que la música sea en exceso repetitiva, pues quién no se deleita con las múltiples versiones aquí presentes del Canon en Re Mayor de Pachelbel y del Beguin the Beguine de Cole Porter... Bueno, sí lo habrá, ¿y qué?... Yo sí me deleito... y en todos los sentidos.

Gracias, Garci, por aquel mítico programa y por aquella gran película.

Vuelta a empezar...


Tras unas semanas de vacaciones y sin conexión a la red vuelvo a retomar mi Wunderkammer. Han sido días de playa, familia y algunos pocos momentos para leer, aunque bien aprovechados. Y definitivamente ha sido el verano Tristante ya que he leído dos libros suyos seguidos y casi de un tirón, especialmente 1969 y la segunda parte de la serie detectivesca iniciada con El misterio de la Casa Aranda. Como ya he comentado en Lecturas Reunidas, 1969 se disfruta el triple cuando conoces los parajes por los que transcurre la novela, especialmente aquellos tan trillados por los que siempre hemos ido a la costa y por donde siempre hemos fantaseado por sus fenómenos extraños y su magia especial. Muy entrañable el personaje del policía, Julio Alsina, al que uno le coge cariño desde el principio de la novela, inseparable a su botella de Licor 43.

Y bueno... quedan días de verano, todo un mes además, en el que muchos disfrutarán de sus merecidísimas vacaciones, en momentos en los que las playas se vacían y comienza muy pero que muy lentamente a refrescar, cosa que parece casi imposible en este verano tan caluroso... Aún así cuando me pongo a recoger trastos siempre me acuerdo de aquel mítico y lacrimógeno episodio final de esa serie de la niñez tantas veces repuesta, como fue Verano Azul, con las notas de aquella gran canción del Dúo Dinámico, que siempre fue una de mis favoritas de todos los tiempos, El final.

Esa canción, junto con otras típicas tópicas de estos días, como el Sealed with a kiss popularizada por Brian Hyland en 1962, luego muchas veces versionada (como por ejemplo, hizo Jason Donovan en 1989) son las que tarareo con mi "melodiosa" voz mientra hago las maletas.... (Por no hablar de alguna que otra más, un tanto inconfesables... El aire sabe a sal / sentado junto el mar / la playa esta vacía / ya no estás...)




jueves, 6 de agosto de 2009

El eléctrico triángulo de Gilda







Recuerdo el choque eléctrico, como un "terremoto", la primera vez que vi la famosa secuencia de Gilda cantando Put the Blame on Mame:

When they had the earthquake in San Francisco
Back in nineteen-six
They said that ol' Mother Nature
Was up to her old tricks
That's the story that went around
But here's the real low-down
Put the blame on Mame, boys
Put the blame on Mame


Gilda (Charles Vidor, 1946) es una película fascinante y perversa que siempre estuvo entre mis favoritas. Una historia turbia famosa por su misoginia y que, sin embargo, fue producida y escrita por mujeres. Con una carga de profundidad y una ambigüedad que cuando era pequeña se me escapaba pero que en cierto sentido intuía.

Como Encadenados de Hitchcock, del mismo año, nos encontramos ante una historia llena de electricidad. Aquí, Gilda es una mujer no tan fatal que ha de sobrevivir a la pasión y al amor-odio que siente por el contradictorio Johnny Farrel (Glenn Ford, fantástico) y a la extraña relación que éste tiene tiene con el frío Ballin Mundson (George Macready). La víctima de dos extraños hombres que como bien dice Garci, nunca están a su altura.

Una película que es genial en todas y cada una de las secuencias, con unos diálogos de matrícula y ante un decorado que en el fondo poco importa, como es el de un casino de Buenos Aires, donde se imbrica una historia de pasiones con otra cuya simple misión es imprimar en la misma unas sutiles veladuras de cine negro y de espionaje.

Y qué decir sobre Rita Hayworth... nunca el cine alcanzó cuotas tan altas tan solo ante su espectacular belleza y sensualidad.