Desde hace tiempo deseaba escribir sobre una pareja de cine muy carismática y de auténtica matrícula de honor. Sobre todo de ella, la gran Vivien Leigh (Vivian Mary Hartle, 1913-1967), una de las más grandes actrices de todos los tiempos. Una mujer difícil y muy maltratada por su salud, sobre todo la mental, pues siempre estuvo aquejada de depresión maníaca y trastornos bipolares. Además, en las últimas décadas de su vida padeció una tuberculosis severa que sería lo que aparentemente acabaría con su vida. Desgraciadamente, no fueron muchas las películas rodadas para la gran pantalla, a pesar de sus grandes dotes interpretativas y su elegante belleza. Consiguió dos merecidísimos óscars, por Lo que el viento se llevó y por Un tranvía llamado deseo. En ambas películas interpretó a mujeres sureñas, aunque ella era inglesa.
Nacida en la India y criada como una auténtica princesa, fue enviada a Inglaterra con seis añitos donde fue dejada en un colegio de monjas en el que pasó su infancia. Allí forjó amistad con un gato y con la que también sería actriz como ella, Maureen O'Sullivan... Tanto en esa escuela como antes en la India se despertó en ella un profundo amor por el teatro. Cuando su madre volvió a visitarla dieciocho meses más tarde, la llevó a ver una obra en Londres y tanto le gustó que insistió en verla nada más y nada menos que ¡dieciséis veces! Se casó con diecinueve años con su primer marido -con el que tuvo a su única hija- porque se parecía a su actor favorito, Leslie Howard... En aquel entonces no sé si llegó a imaginar que algún día actuaría con él en una de las mejores producciones de Hollywood de todos los tiempos.
Cinco años más tarde quedó fascinada por Laurence Olivier (1907-1989), que por aquel entonces interpretaba a Romeo en los escenarios y que ya era el actor más famoso de Inglaterra, tanto en el teatro como en el cine. Ella consiguió un pequeño papel como dama de compañía de la reina de España en la película Fire over England (1937), donde el personaje interpretado por Olivier, que viajaba hasta Madrid enviado por la reina Isabel I, se enamoraba de la bella dama. El flechazo también ocurrió en la vida real... y durante veinte años no se separaron, aunque la relación fue siempre bastante tormentosa.
Laurence Olivier tuvo que ir a Hollywood en 1938 para interpretar el papel de Heathcliff en Cumbres Borrascosas y Vivien se marchó con él. Un año más tarde, ella, que acababa de leer el libro de Margaret Mitchell, Lo que el viento se llevó, insistió para conseguir el papel de Scarlett. Se reunieron con Myron Selznich, el hermano de David O. Selnick, la misma noche que se rodaba el famoso incendio de Atlanta. Por supuesto, se salió con la suya y a partir de aquel momento nació un auténtico mito. Ese mismo año él rodaba otro gran clásico de Hollywood, Rebeca (Alfred Hitchcock), donde interpretó uno de sus personajes más carismáticos, el enigmático Maxim de Winter.
Juntos rodaron dos películas más, 21 días (1940) y That Hamilton Woman (1940), una película de propaganda de guerra de la que hemos incluido un fragmento aquí. Pero la pasión por el teatro, especialmente de él, hizo que ambos se dedicaran los años siguientes a realizar giras por el mundo y que se establecieran en Londres, en el teatro propiedad de Olivier. Solamente hacían cine cuando necesitaban dinero.
La enfermedad mental de ella se agravó durante estos años, en los que sufríó varios abortos. Los momentos de profunda depresión se alternaban con los de exultante alegría y actividad. El matrimonio fue resintiéndose con el tiempo, hasta que en 1960 Lord Olivier se enamoró de la incombustible Joan Plowright. Se casó con ella, tuvieron tres hijos y estuvieron juntos hasta la muerte de él, en 1989. Vivien moriría en 1967 con cincuenta y tres años de edad, un nieto y un nuevo amor, el actor John Merivale. De su última película, El barco de los locos (Ship of Fools, Stanley Kramer, 1967), hemos incluido un fragmento, en la que, como no podía ser menos, está realmente fantástica. En él aparece bailando charleston y ¡fumando!
Según las crónicas de la época y las mismas memorias de Olivier, el actor, que estaba hospitalizado pues tenía problemas de próstata, fue corriendo a velar a su ex-mujer, y pidió quedarse con ella a solas para pedirse perdón "por todo el daño que se habían hecho". Él siempre declaró que la Leigh fue "el gran amor de su vida".
¡Qué gran mujer! En efecto, la vida con ella no debía ser fácil. Su hija nunca quiso hablar de su madre y siempre permaneció en el anonimato- la niña fue criada por su padre y su abuela. Vivien Leigh fue una de las mejores actrices, tanto del cine como del teatro. Laurence Olivier también, indudablemente, y nadie podría jamás olvidar aquellas cortas apariciones en grandes producciones que hiciera en su madurez, como el cónsul Craso en Espartaco. Pero aún así, yo me quedo con ella.
4 comentarios:
Bonito, documentado y emocionante post. Pareja mítica, sin duda... Ella es la perfecta Escarlata, no cabe duda. Carita de niña al principio y mujer dura al final. Ninguna de las actrices que pretendieron el papel es imaginable como la sureña por excelencia. Por otra parte, qué suerte la de los que pudieran ver a esta pareja en el teatro.
(¿No fueron tres hijos los que tuvo Olivier con Plowright? Creo que eran dos chicas y un chico.)
Athena, ¡tiene usted razón! Fueron tres hijos, ahora mismo lo corrijo. Estoy tratando de arreglar el blog porque se me ha destartalado todo.
Sí, qué bien hubiese estado poder verlos actuar juntos en el teatro. A él no le perdono que la secuestrara de aquella manera y la escondiese del cine. Así que las pocas películas que rodó son todas de lujo.
Hoy es el cumpleaños de Lawrence Olivier...
¡Muchas felicidades a Sir Olivier!
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