viernes, 23 de abril de 2010

Primavera en Pompeya

Examinar desde cualquiera de las dos ciudades el entorno cubierto de ricos viñedos y de árboles frondosos y recordar que bajo las raíces de todos los cultivos silenciosos yacen aún casas y más casas, templos y más templos, edificios y calles que esperan que los descubran, resulta tan prodigioso, está tan cargado de misterio y cautiva de tal modo la imaginación, que se diría que es insuperable y superior a todo lo demás. Excepto el Vesubio; porque el monte es el genio de la escena. De cada huella de la ruina que ha dejado mirarnos de nuevo con arrobado interés hacia donde se alza su humo en el cielo. Queda fuera de nuestro alcance cuando nos abrimos paso por las calles en ruinas; sobre nosotros, cuando subimos a los muros derruidos; lo seguimos entre cada vista de las columnas rotas, cuando pasamos por los patios vacíos de las casas; y entre las guirnaldas y los entrelazamientos de las vides exuberantes. Al dar la vuelta hacia Paestum para ver las imponentes estructuras construidas siglos antes de Cristo las menos antiguas, y que siguen en pie con solitaria majestad sobre la llanura yerma asolada por el paludismo, vemos desaparecer del panorama el Vesubio, y lo esperamos de nuevo al volver con el mismo interés estremecido, como la pesadumbre y el destino de toda esta bella región que espera su terrible momento.
Hace mucho calor al sol este día de principios de primavera que regresamos de Paestum, pero mucho frío a la sombra: tanto que, aunque al mediodía comemos muy a gusto al aire libre junto a la puerta de Pompeya, el arroyuelo vecino nos proporciona hielo para el vino. Pero el sol brilla luminoso; no se ve ni una nube ni una gota de vapor en el cielo azul sobre la bahía de Nápoles, y esta noche habrá luna llena. No importa que la nieve y el hielo sean gruesos en la cumbre del Vesubio, ni que hayamos estado caminando todo el día en Pompeya, ni que los agoreros afirmen que los extraños no deben estar en la montaña de noche en tan insólita estación. Aprovechemos el espléndido tiempo; disfrutemos al máximo de nuestro viaje...

Charles Dickens, Estampas de Italia, 1846.

Es el fragmento literario que he escogido para leer en el Black Coffee de Lola Gracia. Tenía que girar en torno a la primavera. Yo visité Herculano y Pompeya y también me asomé al cráter del Vesubio en días soleados del otoño de 1996. En aquel entonces no había humo aunque en el siglo XIX sí, por lo que el ascenso a su cumbre y la contemplación de cerca debía ser mucho más impactante. Dickens continúa describiendo esa jornada de primavera con la posterior visita al volcán, ya de noche y bajo la luz de la luna llena. Ésta es una más de las espléndidas estampas que sobre Italia escribiera de uno de los más grandes escritores de todos los tiempos tras su estancia anual en la ciudad de Génova, allá por el año de 1844.

¡Muchas gracias por la invitación, Lola! Fue un placer coincidir con Dionisia García en el plató. Precisamente hoy el Museo Ramón Gaya ha dedicado el día del libro a la lectura continuada de la obra de esta gran escritora en el mejor homenaje que se le podía hacer. Mañana colgaré un fragmento del cuento que me ha tocado leer a mí. ¡Feliz día del libro a todos!

1 comentario:

Nictea dijo...

POmpeya... tengo tantas ganas de visitarla... :)