"La señora de T... me propuso dar un paseo por la terraza hasta que hubiera cenado la servidumbre. La noche era magnífica; dejaba vislumbrar los objetos y parecía velarlos con el único fin de estimular la imaginación. El palacio, así como los jardines, situados en una montaña, descendían en terrazas hasta las orillas del Sena, y las múltiples sinuosidades del río formaban islotes agrestes y pintorescos que amenizaban el paisaje y aumentaban el encanto del hermoso lugar.
Primero nos paseamos por la más larga de esas terrazas; la cubrían árboles frondosos. La señora de T... se había recuperado de la especie de burla de la que acababa de ser objeto; y durante el paseo me hizo algunas confidencias. Las confidencias se atraen, y yo, por mi parte, hice las mías; todas ellas iban tornándose cada vez más íntimas e interesantes. Llevábamos tiempo andando. Primero ella me había dado su brazo, luego ese brazo se entrelazó, no sé cómo, con el mío, que la levantaba casi sin tocar con los pies en el suelo. La postura era agradable, pero a la larga fatigosa, y aún teníamos muchas cosas que decirnos. Aparece un banco de césped; nos sentamos sin cambiar postura. (...)
Sucede con los besos lo mismo que con las confidencias: se atraen, se aceleran, se enardecen mutuamente -en efecto, no bien fue dado el primero, lo siguió otro, y otro más. Se agolpaban, interrumpían la conversación, la reemplazaban; apenas daban a los suspiros la libertad de escaparse. Sobrevino el silencio, se oyó (pues a veces se oye el silencio), y no asustó. Nos levantamos sin decir palabra y echamos a andar de nuevo."
Dominique Vivant-Denon, Sin mañana, 1777.
La relación entre el fragmento literario y la secuencia cinematográfica queda perfectamente explicada por Pedro Amorós, aquí.
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