Las manos nudosas y encallecidas todavía creaban maravillas. Don Jesualdo pedía figurillas para su Belén y Salzillo las realizaba a ratos, aprovechando los momentos en que descansaba y todavía había un poco de luz.
"Este trozo de madera que quedó de los Azotes servirá".
Y así, poco a poco, el escultor desprendía con la gubia y el mazo minúsculas virutas, alisando la superficie con la escofina, mientras iba apareciendo un pequeño pastor.
"Será como San Pedro en el Prendimiento, anciano pero vigoroso y en vez de blandir la espada se quitará la montera, en señal de respeto".
Y así seguía, acariciando el veteado leño, desprendiendo con los dedos algunas astillas que quedaban adheridas.
"Las piernas han de ser fuertes, nervudas, como el torso, pero al caminar será preciso portar una vara, en vez de recoger la túnica", pensaba para sí. "Las manos son grandes, algo rudas, como las mías, pues al igual que a las del pescador, en ellas me diste la fuerza, por lo que yo te pido, querido Padre, que les sigas transmitiendo un poco, tan solo una pequeñísima parte de tu savia creadora".
Transcurrían los segundos y algunos minutos después se concentró entonces en el rostro: "Sea el mío, pues". Con extrema delicadeza, con pequeños movimientos, aparecían los ojos de mirada penetrante, la nariz aguileña, la elegante forma de la barba y la expresión plena de respeto y de emoción, dando vida a la orgánica materia. En menos de una hora el pastor ya había surgido casi como un milagro a falta tan solo de darle policromía: "Las tintas han de ser planas, ocres, la carnación cuidada, algo tostada por la calidez del sol de esta bendita tierra".
Terminada así la obrita, el ya afamado artista la contemplaba ladeando la cabeza mientras los pigmentos levemente barnizados se secaban. Entretanto, proseguía con su oración: "Gracias, Niño Divino, por todo lo que me has dado, por ese gran privilegio de poder representarte y estar así a tu lado todos los días de mi vida. Te ofrezco mi obra a través de la cual otros te adorarán. Se acerca ya el final y muy pronto estaré contigo".
Y el delicado pastor con el rostro de Salzillo allí quedó, al lado del Portal, junto a las pequeñas pero grandiosas esculturas que componen su famoso Belén y que sigue causando tanta admiración a todos los que lo contemplan.